Charlie tenía un montón de bainas que contar de estas casi dos semanas hogareñas y de estudio en las que ha hecho de todo menos estar en casa y estudiar. Pero ha olvidado la mayoría de las entradas que había esbozado en su mente.
Recuerda que ha salido hasta que el cuerpo aguantó, que dio para mucho. Ha recorrido kilómetros y kilómetros para compensar la falta de conducción. Ha descubierto un Santiago desconocido, y alcohólico... Ha visto y disfrutado de la familia, eso sí, eso siempre. Ha estudiado algo, pero solo como escusa para compartir un ratillo con sus amigos en el Aulario. Pero lo que más ha disfrutado es volver a Caranza, a ese edificio amarillo, al 3ºB, ese que escogió su abuelo, descanse en paz, para ver toda la Bazán.
El caso es que estaba Charlie sentada en esa cocina, mirando la ría (y la Bazán), y mientras escuchaba a su abuela de fondo, como siempre con sus historias contadas con una ilusión y una labia que nada tienen que admirar a Dickens.
Y, mientras ella seguía con la historia del Martín Pescador de mi primo Xao y los gitanos, yo recordaba mentalmente todas las anécdotas que me había contado durante mi vida. No es que la vea mucho y, con 26 primos es difícil captar su atención. Así que cada momento a su lado es digno de aprovechar y si ,encima, es en forma de historieta divertida soy la primera en sentarme a lo indio a los pies de su sillón, aún a mis 19 años, y en aplaudir de la emoción con los ojos brillantes. Cualquier historia es buena, desde la de "La mujer de bolsillo" (mi favorita) hasta la de "El taco de la piscina a los 80" (también mi favorita), todas merecen la pena, y todas hacen que mis ojos brillen de una forma especial (y todas son mis favoritas).
Os adora, Charlie Eco Sierra ya desde la pronto soleada y aplicada Barcelona.
